lunes, 11 de agosto de 2014

Comentario de Carlos Villacorta

Como bien explica en una entrevista el escritor Ricardo Sumalavia, la literatura peruana no ha desarrollado una fuerte tradición en lo que se refiere a la novela policial, mucho menos neopolicial, término que fuera acuñado por el catalán Manuel Vázquez Montalbán. Como bien afirma Sumalavia:
En el caso latinoamericano la novela policial es mucho más flexible porque digamos que no hay una tradición de confianza en el cuerpo policial como un ente de regulación de justicia, nunca la habido lamentablemente, más bien de desconfianza. Eso hace que los detectives de la literatura policial latinoamericana pertenezcan a otros espacios.”
(entrevista en letras s5)
Podemos nombrar algunos personajes de la literatura peruana que forman parte de esta todavía joven novela policial nacional. Quizás el más conocido sea el Sargento Lituma, personaje que recorre buena parte de la novelística de Mario Vargas Llosa buscando verdades que, la mayoría de veces, no llega a comprender. En una novela más contemporánea podríamos nombrar al fiscal Félix Chacaltana, personaje de Abril Rojo, novela de Santiago Roncagliolo. Sin embargo, cuando pensamos en metaficción la muestra se reduce drásticamente. Habría que volver nuevamente a Vargas Llosa y a la reflexión que propone sobre el personaje ficcionalizado y el ‘verdadero’ Alejandro Mayta en Historia de Mayta.
En Mientras huya el cuerpo, la nueva novela de Sumalavia, se nos presenta la historia del Apolo, ex teniente de la Policía de Investigaciones del Perú (PIP), que a sus 50 años trabaja como investigador privado después de que fuera despedido como parte de una limpieza moral de las fuerzas policiales al término de la dictadura de Fujimori. Al investigar la muerte de una joven mujer por parte de su marido, Apolo se verá enfrentado a sus ex compañeros que ahora forman parte de una banda de secuestradores.
En este momento, la novela da un ligero giro narrativo para que el narrador reflexione sobre la historia de Apolo que está contando. De una manera sencilla, se inserta una meditación sobre la novela policial, sus orígenes norteamericanos, su variante latinoamericana así como los orígenes de la novela que estamos leyendo. Así, Sumalavia nos lleva de la ficción narrada al proceso creativo de la misma y de sus interminables pasajes que, como espejos, multiplican la posibilidad de ser de sus personajes.
Solo por nombrar un par de ejemplos, el narrador menciona que para crear a Apolo se ha inspirado en Apolinario, también de la PIP, a quien el narrador menciona haber conocido en el año 1985 y que establece una relación sentimental con su suegra que acaba de enviudar. ¿Cuánto de esto es cierto? No sabemos y no es importante. Lo que sí lo es es cómo Sumalavia conecta la ficción del primer Apolo con sus variantes, con sus otros reflejos, entre ellos, Apolinario y el Apolo del cuento La voz de Apolo, cuento reproducido en la novela que fue originalmente publicado en el libro de relatos Enciclopedia Mínima (2004).
El otro ejemplo es la reflexión sobre la narrativa y los escritores que formula el narrador. Utilizando a Borges, artífice latinoamericano de la metaficción y del laberinto, se proponen cuatro tipos de escritores: los escritores Aleph (aquellos que asumen que su narrativa está conectada con toda la tradición literaria); los Emma Zunz (los que plantean sus ficciones como máscaras de otras historias); los Pierre Menard (que admiten que narran historias de siempre, casi palabra por palabra pero que suponen nuevas lecturas nuevas interpretaciones); y los escritores que piensan que solo narran historias. Por supuesto, la lista se abre a la posibilidad de estar incompleta. Utilizando este criterio ¿dónde podríamos colocar la novela de Ricardo Sumalavia? ¿Dónde podríamos colocar, también, a la nueva literatura contemporánea?
Mientras huya el cuerpo reflexiona sobre el arte de novelar y su relación con el objeto de arte. En el texto, Apolo trabaja en una vieja oficina en cuya pared cuelga un copia de La Venus del Espejo, pintura del español Diego Velázquez, posiblemente pintada entre 1647-1651 y que en 1914 fuera apuñalada por la británica Mary Richardson como parte de un acto de reivindicación feminista por la detención de Emmeline Pankhurst por parte del gobierno británico. La obra de arte que para Richardson es un ejemplo de opresión de la mujer se convierte en la oficina de Apolo en un objeto útil para su trabajo porque “propiciaba mayor confianza y las confesiones llegaban fácilmente” (14). Una obra de arte acuchillada no es muy diferente del crimen que Apolo investiga. En ese proceso de ir desentrañando los pormenores del caso, se van mostrando los diferentes rostros de los involucrados, se revelan los motivos y se caen las máscaras de los investigadores: “La ley, al menos esa ley que representaba Apolinario, se desmembraba día a día durante la década del noventa, y toda lógica, que en principio regula todo relato policial, con o sin golpes y balaceras, iba colapsando ineluctablemente. En aquella época ya nadie se molestaba en utilizar un disfraz.” (26)
Justamente, el crimen, una suerte de imagen bello e indescrifrable, y la pintura de Velázquez son las puertas que invitan al lector a desenredar (quizás perderse sería la palabra), en el mundo de la ficción que es el doble gemelo o mellizo de la realidad. La novela, su lectura, funciona como acto de revelación de hechos sucedidos en aquella época oscura que fueron los ochentas y los noventas en Perú, así como una exploración de la subjetividad del narrador como escritor de ficciones:
[…] cuando escribo sobre mí lo que hago es hablar de otro; al menos de ese otro que se construye y que no se manifiesta más que en la escritura. Otro hecho de palabras quien bien puede llevar mi nombre […] nunca soy íntegramente yo cuando escribo. Solo me resta continuar, con la identidad que sea o pueda, antes de que me volatilice y no sea más nadie.” (31)
En su sugerente estructura, Mientras huya el cuerpo dinamiza la novela policial porque se cuestiona a sí misma como posibilidad de escritura. En las historias que componen la novela, se suspende la historia para retroceder y andar en busca sus orígenes y de las muchas posibilidades que llevaron a su creación, en el pasado privado pero también en el público. Como dice el narrador: “Porque es factible que, si todos comenzáramos a tirar de la cuerda, encontremos a un pariente controvertido o condenable, si es que no nos encontramos antes con nosotros mismos. ”(27)
En este su quinto libro y segunda novela, Ricardo Sumalavia construye múltiples espejos, recovecos que borran y desaparecen los límites de su propia realidad (otro ejemplo más sería el problema de la traducción). En la historia de Apolo (o Apolinario), se establece un diálogo con su anterior producción que muestra a un escritor consciente de sus facultades en el arte de novelar, ese instante en que se acuchilla, se tortura o huye el cuerpo para no dejar de arder.


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